Pequeñas peripecias de Laureano en el mundo - Capítulo 2

No me conoces
vine ayer de Marte
soy un duende del parque nada más. 
"Un duende del parque", Extremoduro. 


Olvidado de las distancias, Laureano intuía la cercanía de la parada de colectivos.  Dejando atrás baldíos , lomas, areneros y pequeños montes sabía que el destino estaba a la vuelta de la esquina, más o menos.
El mozo de la cantina le indicó con movimientos vehementes de sus brazos señalando puntos difusos en el horizonte y remarcando los datos necesarios para el éxito de la marcha al sitio en cuestión (“agarrás por esta y seguís un par de cuadras –brazo alzado hacia la izquierda-, tomá para allá –brazo hacia delante- y le pegás derecho una cuadra, UNA CUADRA, doblando pegadito a la esquina –giro de muñeca 90º- está el cartel de la vereda de enfrente, te cruzás –dedos índice y mayor emulando una caminata- y ahí lo esperás”).
Casi al borde del llanto y apremiado por un tiempo perdido que se estiraba y se escapaba sin remedio, luego  de millones de esquinas llegó a la señalada y se dispuso a esperar el colectivo que lo llevara desde su comarca a barrios ajenos.
Levantando polvo a lo lejos se acerca el bólido, Laureano extiende su brazo en señal universal que obliga al conductor a parar.
Algo no funcionó como se espera, el micro pasó de largo ignorando orondamente las señas desesperadas de nuestro Laureano implorando su detención.
El mediodía encontró a nuestro héroe sentado en el umbral de la vereda pateando una piedrita blanca, con el sol de frente.  Seis colectivos habían pasado ya repitiendo la conducta del primero y dejando a Laureano abrumado de preguntas y dudas.
La media tarde trajo otra opción desde la ventana de una casa frente a la parada; una señora se apiadó al duodécimo  colectivo y le indicó a Laureano (“tomate un taxi querido”) otro medio para sus fines. 
Revisó las monedas en su talego, comprobó que le alcanzaba para el gasto y se propuso parar un taxi.  Fue entonces asaltado por una duda repentina: el procedimiento para detener un taxi es similar al que se usa para parar un colectivo, y si durante todo el día no le había funcionado para uno, cómo podría servir para el otro.
No funcionó.
El atardecer naranja trajo las resoluciones: como si fuese su última voluntad en esta vida, Laureano se puso frente a un taxi a suerte o verdad, esperando con este gesto decidir la suerte de su viaje, que bien podría haber sido permanente.
“Tenés el brazo muy corto, pibe”- le dijo el tachero por toda explicación.
Era de noche cuando llegó a la gran ciudad.


(Por el Ilustre Desconocido)

Bicho caprese o breve derrotero hacia la muerte de Don Fortunato


Anteayer vi que la albahaca del jardín había sido devorada por entes desconocidos. La albahaca del jardín fue devorada por bichos, seguramente, y los malvones corrieron la misma suerte. Los malvones, con lo salvajes que son, corrieron la misma suerte que la albahaca del jardín, perfumada, verde, lozana. Lozana era y ahora es despojos de lo que era, al igual que los malvones, que también eran lozanos y verdes y ahora son esqueletos vegetales y tristes. La tristeza que me produjo no puedo escribirla porque la tristeza no se escribe, se llora o se canta, pero no se escribe. (Mentira.)

Ayer revisé la albahaca para cerciorarme de que la tristeza era justificada, es decir, que había dejado de ser hermosa para convertirse en jirones de naturaleza. Y sí, jirones era y culpa de la naturaleza era, reflexioné luego. Entonces al acariciar una de sus hojas toqué algo que no era hoja ni lágrima, sino bicho. Bicho era feo era bicho sucio feo comedor de albahaca dado a la comida mediterránea bicho pesto bicho caprese. Le dije nomás te falta el queso y el tomate la concha de tu madre, ¿querés un poquito de aceite de oliva también? La madre del bicho andaría por ahí, lo dije fuerte para que me escuchara ella y los vecinos. (Alarde.)

Observé al bicho. Era como un cienpiés, como un gusano. Un bicho de esos que no se sabe cuál es la cabeza y cuál el cabo. Decidí interrumpir el ciclo natural, como buen ser humano, y lo arranqué con hoja y todo de la albahaca, pobre albahaca, asolada por las lluvias de verano y mi descuido. Entonces me erigí en juez, en verdugo, en testigo, en victimario, en dios. Una vez erigido, deposité al bicho en un frasco con una hoja de albahaca y lo consideré despacio, entregándome al goce abyecto que otorga el poder de capturar algo vivo. El bicho no intentaba escapar, sino que comía albahaca. ¡Oh bicho inconsciente del destino, necio y feliz bicho de las mil patas! (Evocación.)

Decidí no matarlo para perpetuar un acto de infinita grandeza que me haría famoso entre los justos. Pero lo mantuve cautivo durante horas para disfrutar de su encierro y de mi pequeña y secreta autarquía. Al cabo de un día, había devorado lo que quedaba de albahaca, el muy hijo de puta. Así que, poseído por renovados bríos y renovada crueldad, decidí recrear la inolvidable historia del tonel de amontillado. Yo sería Montresor y el bicho, Fortunato. Sin dudas, el acto más complicado de reproducir sería el más macabro, el último, el de las palabras fatales que pronuncia Fortunato al darse cuenta de que sería sepultado en vida por su amigo: "¡Por amor de Dios, Montresor!"; la dificultad principal consistía en la mudez del bicho. Avisado de esta imposibilidad, decidí recurrir a la imaginación: al tapar el frasco por última vez, oí con regocijo su trémula voz pronunciando la frase convenida, ahora consciente de su desgracia. Recordaré siempre el ruido sordo que hizo el frasco al caer en el tacho de basura. (Toc.)

Enceguecido por la sed de más sangre, averigüé en el vivero cuál sería el veneno más adecuado para exterminar todo rastro de los bichos gourmet. Me informaron que se trataba de orugas. Inmediatamente las imaginé mariposas y lloré. Vi su vida truncada por mi mano y lloré. Compré el veneno infalible y entendí que yo era Fortunato desde el principio.
No pude más que pronunciar la consabida frase, temblando de pavor ante el asombro de la vendedora. (Desengaño.)

Al rociar el insecticida sobre la albahaca recordé al viejo Fortunato y pude verlo, ya mariposa, volando torpemente dentro de un frasco sepultura, en la soledad infinita del basurero municipal. 



(Por Nico.)