Pequeñas peripecias de Laureano en el mundo – Capítulo 3


Resumen de lo publicado: 
Amanece en las afueras de un barrio de casas bajas y jardines al frente. Laureano nace al día nuevo con una excitación infrecuente, la tarde anterior había recibido el cuadro para el que posó tanto tiempo, tanto esfuerzo y el cuadro que venía a colmar las expectativas de un salón grande y vacío que ahora iba a tener ese detalle señorial como una merienda o un desayuno en loza etrusca.
Feliz estaba Laureano y se percata de un detalle que tendrían que haber visto ese detalle muy lindo el cuadro casi espejo natural aunque en pose y el arco iris vulgar no importa tanto  pero ese detalle, ese detalle. 
Laureano que sale a la carrera; Laureano que se pierde y pregunta y le responden y transita así calles y lomas y burros; Laureano que llega a la parada de colectivos y desespera de ver pasar tantos haciendo caso omiso a su presencia y a ese brazo que se estira con fuerza; la vecina que aconseja taxi y allí va Laureano por calles de ripio y descampados paisajes arrimándose a la ciudad. 
Cuando la altura de los edificios era ya insondable para él “acá nomás está bien” dice y saca de su bolsito las monedas necesarias para costear el periplo.
Llega de noche, intuye no haber traído en su riñonera de cuero ajado la dirección del artista. Porque iba a buscar al artista cuyo detalle en su cuadro consternaba tanto porque si vieran ese detalle, cómo no salir apurado al mundo desconocido sin la dirección del pintor total es cuestión de preguntar para encontrarlo porque ese detalle no se puede dejar así, que tanto.


-Linda ciudad-dijo en voz alta, aunque susurrando.




(Por Ariel Verdún)

Fábulas Infinitivas II - Tus Hojas




Ejercicios que buscan alegrar el paso de marchas y contramarchas. Una plaza.
La vereda violada desde abajo por raíces emergentes. Baldosones rasgados
de otros tiempos, otras huellas. El otoño sepia de fotografías antiguas en la
ropa, el cielo, la seriedad. Y las hojas.
Hojas que presumen morir cayendo en lento vaivén buscan el calor, la
compañía de otras hojas como un ritual de entrega colectiva, de póstuma
comunidad.


Enrique intuye los atisbos de la emoción incluso antes de cruzar la calle que lo
deposita en la vereda de su plaza, el parque conocido. Las veredas regadas de
hojas vestidas en toda la tonalidad del marrón, esparcidas para ocultar el gris
cemento de las baldosas.
El ritmo de sus pasos cranch crash pisar con la punta del zapato frash y apoyar
el talón con fuerza grish ubicar con la mirada un montículo sabroso de hojas
sprash crash trash roshrash volver detenerse un instante e impulsarse con
envión frasssshhhh tocar incluso el pasto donde el colchón se suaviza y el
ruido se acopla en blush plam clamss y con un saltito retomar la senda del
trash y el crahs cranch grinch czisss.


Y entonces el lamento.
Una nítida expresión de dolor, un lamento perceptible entre la disfonía sonora
de hojas muertas que gritaba la pena del lastimado que no puede remediar el
sufrimiento de un peso que lo aplasta sin sentido, sin preguntar.
Una angustia ese lamento.
Y Enrique que primero es la quietud en el pavor, la vergüenza alrededor porque
alguien tiene que haber escuchado ese dolor, ese reproche que nació del dolor,
quizá del quiebre de una hoja que grito sus ayes para que sea escuchada.
Luego de la quietud inicial, agacharse y buscar. Buscar en un cementerio de
hojas la hoja que sufre como ninguna, la hoja que no se agota en el silencio del
crash y el grinch ajenos.
En cuclillas tocando hojas, separando con cuidado cada una. Alguno que
pasa y mira a Enrique que seguro perdió plata, a Enrique que pobre se le cayó
algo, a Enrique que llora porque no encuentra lo que busca y sufre perder ese
sufrimiento perdido entre tanto silencio, a Enrique que es lágrima pura y alguien
que se ofrece a remediar la pérdida con una moneda, una golosina y no hay
caso, porque no saben porque llora Enrique y que pena no saber pero no es la
pena de Enrique que sabe, Enrique que sabe pero no encuentra.


(Por Ariel Verdún)

Y además la música (I)- HOY: Ringo, el primero


I'd like to be under the sea
in an octopus' garden in the shade

















Fue el primero en nacer, el primero en tocar, el primero en vivir de la música, el primero en tener una banda consolidada, el primero en abandonar a los Beatles y el primero y único en volver.


Ringo Starr fue el mejor baterista del mundo. Nació en Liverpool, tuvo una salud precaria durante su infancia, un día se compró un tambor y años después era un reconocido baterista del circuito under de la ciudad. 


Cuando los Beatles todavía no eran los Beatles, Ringo ya tocaba de manera profesional y había logrado cierta fama en Liverpool con "Rory and the Hurricanes", la banda skiffle en la que tocaba. Les costó a los muchachos, pero finalmente pudieron reclutar a Ringo para la banda. Con él, la formación sería definitiva y haría historia.


Lo que no se cuenta mucho es que Ringo, además de ser el último en ser beatle, también fue el primero en abandonar la banda. Durante las épocas en que grababan el Álbum Blanco, las tensiones entre los miembros de la banda eran insoportables, todos habían dado rienda suelta a su ego y se peleaban constantemente. Entonces Ringo agarró y se fue a la mierda después de putearse con Paul; resulta que McCartney había regrabado algunas partes de batería grabadas por Ringo. Fueron dos semanas de ausencia. Se fue a la isla de Cerdeña y compuso "Octopus' Garden", su más bella canción. Lennon le escribió para que volviera. McCartney le mandó un mensaje que decía "Sos el mejor baterista del mundo". Harrison le llenó la batería de flores el día en que finalmente regresó. Pero la banda no era lo mismo. Un par de años después grabarían su último disco, Abbey Road, prácticamente sin verse ni cruzarse. Luego, McCartney anunciaría públicamente su alejamiento de los Beatles, primereando a Lennon, que quedó masticando ira, y la ruptura sería definitiva. Pero Ringo lo hizo primero.


Se dice que en los años que duraron los Beatles, apenas diez sesiones tuvieron que ser interrumpidas por errores de Ringo. Vayan estas líneas para el mejor baterista del mundo, que supo arreglárselas para estar a la altura de las estrellas y ganarles de mano casi siempre.


Y además la música...




(Por Nico)

Fábulas infinitivas - El papelito




Caminar mirando el suelo sin esperar que algo suceda y de repente el papelito. La atención al doblez, a la búsqueda de la perfección como llamado de atención para diferenciarse de otros elementos que mas tenían que ver con la suciedad del suelo que con el papelito, allí tan tranquilo.

Era cuestión de agacharse y recogerlo, en plena ebullición y tránsito agacharse y detener el ritmo del mundo por un papelito, tan bien doblado.

Lo agarré como se toma un objeto preciado, cuidando no lastimar sus bordes, las misteriosas combinaciones de sus pliegues.

Echar una mirada alrededor con un cierto dejo de vergüenza y complicidad, empezar a marchar para contagiarme del torbellino de suelas tan igual a todos en el paso y el redoble y el ritmo frenético del rumbo impreciso y tiempo perdido de antemano, pero yo con el papel en el bolsillo de la campera que es más ancho y por ende más cómodo para el transporte del papelito que así suelto albergaba la esperanza de llegar intacto a su momento sublime, su clímax existencial como papelito plegado para quien lo tomara y atesorara en el bolsillo de su campera, tan cómodo bolsillo.

Andar sin previsión de llegada porque el mundo ya se había modificado, ya no correr para no perder el tiempo y la oficina y las reglas y esas cosas tan mundo viejo, tan mundo heredado de presiones y sudores sin la calma de sentirse bien, por un momento sentirse bien y feliz y el papelito.

De vez en cuando lo palpaba para sentirlo allí, para  saber de su abnegación a mi bolsillo y por sentirme individual al poseer un tesoro sólo para mí, porque me estaba esperando a mí entre la mugre y la omisión, a mí que nada era en un cúmulo de pensamientos rutinarios como otros y ahora todo era el papelito y mi felicidad.

Yo gigante por las calles pletórico de egoísmo individualista sospeché la desesperanza de un mensaje equivocado, de un remitente ocasional que no era yo y que comete el sacrilegio de interpretar un mensaje que no es para él, acaparando un tesoro ajeno, un decir a otro que se interpreta mal, el mundo zumba en la sospecha cuando se estaba tan bien; la sospecha.

Era el egoísmo haciéndome olvidar el placer de cuadras lejanas ya, la eternidad hace dos cuadras; el placer del hallazgo y el corazón palpitante lanzándose al suelo sucio de basuras pero asomando su brillo en un papelito tan bien plegado, tan perfecto, tan mío que no podía ser mío como esta pasión y el sentimiento de significancia por descubrir aquel diminuto arcano de magias y epifanías y por sentirme feliz, feliz aunque sea por unas cuadras, dichoso de mí. Feliz.

Con la ceremonia que se requiere en estos casos, coloqué el papelito en la vereda, cerca de un pañuelo descartable y una colilla aplastada.


(Por Ariel Verdún)