¡Miren los detellos del Gran Astro que gobierna nuestra galaxia! ¡Sientan la suave brisa que acaricia los delicados rostros de las dulces doncellas! Aquí, el tedio pavoroso del trajín laboral; acullá, las aves urbanas y la frondosa vegetación surcada por la incomprensible 25 de mayo. ¿Do han ido los punzantes embates del invierno? ¿Do las congeladas mañanas grises de julio? ¿Do los abrigados ropajes que ocultan la belleza del género humano? ¡El invierno ha muerto una vez más, mis fieles seguidores! ¡Se ha desbocao la primavera! Démosle una cálida bienvenida. Pero no tan cálida, mis queridos, pues si bien el gran Helios se ha unido a Deméter para alejar las amenazas de Posidón, no hemos aún de alejar a nuestro principal flagelo: el día martes. Hoy hablaremos de una venganza casi definitiva que no pudo ser tal, en la cual nuestro odiado Marte vuelve a sentir las garras de la muerte.
Cuentan las crónicas que en aquellos tiempos la hermosa Ifimedia habíase enamorado de Posidón. Tal era su amor, que solía agazaparse en la costa del mar para recoger las olas en sus manos y derramarlas luego en su seno. Así consiguió tener dos hijos (y no a través de las chanchadas a las que ustedes, herejes, están acostumbrados). Estos se llamaron Efialtes y Oto, pero les decían “Los Alóadas” (por motivos que pertenecen a otra historia). Los Alóadas crecián un codo en anchura (aproximadamente medio metro) y una braza en altura (aproximadamente un metro y medio) cada año. Si sacamos las cuentas, veremos que a los nueves años, estos gurisitos medían 4,5 m. de ancho por 13,5 m. de alto, tamaño suficiente para atreverse a declararle la guerra al Olimpo. Y eso fue lo que hicieron: Efialtes juró que ultrajaría a Hera y Oto juró que haría lo propio con Artemisa (además de grandulones, eran sádicos, fatal combinación). Dicen las crónicas:
“(…) Después de decidir que Ares, el dios de la Guerra, debía ser su primer prisionero, fueron a Tracia, lo desarmaron, lo ataron y lo encerraron en una vasija de bronce que escondieron en la casa de su madrastra Eribea, pues Ifimedia había muerto. Luego comenzó su sitio del Olimpo; hicieron un baluarte para su ataque colocando el monte Pelión sobre el monte Ossa, y además amenazaron con arrojar montañas al mar hasta que se secase, aunque las tierras bajas quedaran inundadas por las aguas.(…)”
Noten la facilidad con que estos "amateurs" apresaron y maniataron al dios de la infamia. Lo que sigue, desgraciadamente, no es tan feliz, pues esta justa revolución no fue venturosa para nuestros héroes. En pleno fragor de la batalla, cuando habían sometido prácticamente a todo el Olimpo, un astuto ardid de Artemis (zorra como ella sola) colaboró con que nuestros vengadores se asesinaran mutuamente, en una confusión fatal. Ares fue rescatado justo antes de estirar la malévola pata.
Vayan estas líneas dedicadas a dos activos colaboradores de nuestra campaña, a aquéllos Alóadas que no dudaron en dar inicio a su misión de conquista universal por lo primordial: eliminar al martes para siempre.
Hasta la próxima.
No hay comentarios:
Publicar un comentario