Bicho caprese o breve derrotero hacia la muerte de Don Fortunato


Anteayer vi que la albahaca del jardín había sido devorada por entes desconocidos. La albahaca del jardín fue devorada por bichos, seguramente, y los malvones corrieron la misma suerte. Los malvones, con lo salvajes que son, corrieron la misma suerte que la albahaca del jardín, perfumada, verde, lozana. Lozana era y ahora es despojos de lo que era, al igual que los malvones, que también eran lozanos y verdes y ahora son esqueletos vegetales y tristes. La tristeza que me produjo no puedo escribirla porque la tristeza no se escribe, se llora o se canta, pero no se escribe. (Mentira.)

Ayer revisé la albahaca para cerciorarme de que la tristeza era justificada, es decir, que había dejado de ser hermosa para convertirse en jirones de naturaleza. Y sí, jirones era y culpa de la naturaleza era, reflexioné luego. Entonces al acariciar una de sus hojas toqué algo que no era hoja ni lágrima, sino bicho. Bicho era feo era bicho sucio feo comedor de albahaca dado a la comida mediterránea bicho pesto bicho caprese. Le dije nomás te falta el queso y el tomate la concha de tu madre, ¿querés un poquito de aceite de oliva también? La madre del bicho andaría por ahí, lo dije fuerte para que me escuchara ella y los vecinos. (Alarde.)

Observé al bicho. Era como un cienpiés, como un gusano. Un bicho de esos que no se sabe cuál es la cabeza y cuál el cabo. Decidí interrumpir el ciclo natural, como buen ser humano, y lo arranqué con hoja y todo de la albahaca, pobre albahaca, asolada por las lluvias de verano y mi descuido. Entonces me erigí en juez, en verdugo, en testigo, en victimario, en dios. Una vez erigido, deposité al bicho en un frasco con una hoja de albahaca y lo consideré despacio, entregándome al goce abyecto que otorga el poder de capturar algo vivo. El bicho no intentaba escapar, sino que comía albahaca. ¡Oh bicho inconsciente del destino, necio y feliz bicho de las mil patas! (Evocación.)

Decidí no matarlo para perpetuar un acto de infinita grandeza que me haría famoso entre los justos. Pero lo mantuve cautivo durante horas para disfrutar de su encierro y de mi pequeña y secreta autarquía. Al cabo de un día, había devorado lo que quedaba de albahaca, el muy hijo de puta. Así que, poseído por renovados bríos y renovada crueldad, decidí recrear la inolvidable historia del tonel de amontillado. Yo sería Montresor y el bicho, Fortunato. Sin dudas, el acto más complicado de reproducir sería el más macabro, el último, el de las palabras fatales que pronuncia Fortunato al darse cuenta de que sería sepultado en vida por su amigo: "¡Por amor de Dios, Montresor!"; la dificultad principal consistía en la mudez del bicho. Avisado de esta imposibilidad, decidí recurrir a la imaginación: al tapar el frasco por última vez, oí con regocijo su trémula voz pronunciando la frase convenida, ahora consciente de su desgracia. Recordaré siempre el ruido sordo que hizo el frasco al caer en el tacho de basura. (Toc.)

Enceguecido por la sed de más sangre, averigüé en el vivero cuál sería el veneno más adecuado para exterminar todo rastro de los bichos gourmet. Me informaron que se trataba de orugas. Inmediatamente las imaginé mariposas y lloré. Vi su vida truncada por mi mano y lloré. Compré el veneno infalible y entendí que yo era Fortunato desde el principio.
No pude más que pronunciar la consabida frase, temblando de pavor ante el asombro de la vendedora. (Desengaño.)

Al rociar el insecticida sobre la albahaca recordé al viejo Fortunato y pude verlo, ya mariposa, volando torpemente dentro de un frasco sepultura, en la soledad infinita del basurero municipal. 



(Por Nico.)

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