Caras impagables IX – El joven y la doña

La zona de la Capital Federal conocida como Microcentro es usualmente un hervidero humano de ires y venires constantes, amontonamientos, libre smoking automovilístico más nocivo que el cigarro pero de libre circulación, poca comunicación, odios momentáneos entre extraños que se llevan por delante, y no te digo un día de lluvia incluyendo los paraguas y la mala predisposición.

Dicen los que saben (por decir más que por saber) que durante el período vacacional (léase entre diciembre y marzo) disminuye considerablemente el fluir de gente haciendo más tolerable el viaje hacia el trabajo diario.

¡Grave error! La zona de por sí siempre es pequeña a comparación de la gente, y durante el verano se incluye en la masa humana un cohorte de niños aburridos con sus madres o padres correteando sin preocupaciones por allí, lo cual enerva mucho más los humores de los que están en la obligación de transitar esas diminutas veredas que ya no quieren ver ni en postales para japoneses.

Fue un día de verano en el que me dirigí como usualmente lo hacía a la parada del colectivo para volver a mi terruño (no era el 28, no confundir al autor por favor), cuando descubro como siempre que había una fila que mamma mía como 15 personas, otra vez viajar dorapa ojalá que venga vacío pero a esta hora en Retiro difícil como hay giles que piensan que en verano hay menos gente, son hormigas, etc.

El tema es que voy llegando a la fila junto con el colectivo, el cual para patentar el hijaputismo característico de su servicio paró unos metros antes de la parada y a tres metros del cordón, por lo que la gente tuvo que avanzar para alcanzarlo...

Allí sucede lo imposible: un joven, aprovechando la posición de ventaja que le generó el mal estacionamiento del colectivo, se mandó sin remordimiento pa'dentro antes que llegaran los pasajeros que tan pacientes habían esperado al bondi.

Uno suele creer que estas cosas no pasan más que de la ofuscación privada de cada uno de los pasajeros sobre el ventajista, pero una vez arriba del bólido (creían que me quedaría sin sinónimos) una señora mayor, con cara de abuelita severa pero tierna en el fondo le espeta al joven truhán:

- Hay que hacer la cola.

A lo que el joven responde, representando la picardía criolla mal entendida:

- ¿Qué cola? ¿La suya?

La doña, con la cara de las viejas ofuscadas que te devuelven la pelota que les colgaste en el jardín pero al rato les reventaste el vidrio y agarrate; cierra triunfalmente diciendo:

- La de todos.

Algún gil opinará que la señora no había entendido la burda ironía del joven. Aquí redoblamos la apuesta: la doña, con la sapiencia de los años avivando giles, puso en jaque al imbécil aumentando el sarcasmo hasta el límite, incluyendo al mundo todo en el chiste, a ver si era capaz de soportarlo porque yo soy todos y esta cara lo representa y qué podés ganar gallito si viajamos en el mismo bondi y si no esperaste abajo esperaste arriba a que el resto suba gil cuánto te falta.

Además, le cedieron el asiento y el muchacho viajó dorapa todo el viaje.

(Por el Ilustre Desconocido, bajo la administración del CORECRIN)

3 comentarios:

  1. Una grande la vieja.
    Tambien podria haber respondido "ninguna".

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  2. La vieja esa fue una grosa!
    Hay que tener cojones para decir las cosas tal cual son!

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  3. Che, que pasó con el Corecrin? se murió?

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