Caras impagables XI - Pechos que deberían inflarse

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Ser propietario de un Gol Country, motor 1.6 a inyección, es fantástico. El propietario de un Gol Country 2006, con faros antiniebla y alarma antichorros, puede descansar confiado en su sex-appeal, en su don de gente, en su fachada de hombre de familia. Una vez que un hombre se hace dueño de un Gol Country -si es usado, mucho mejor-, la vida no es la misma: las mujeres entienden inmediatamente la valía de ese hombre y caen rendidas en su amplio baúl a través de la puerta trasera, tres luces de stop. El amo y señor de un Gol Country -54000 kilómetros, 39000 pesos, sólo efectivo-, también es amo y señor de la seducción, del arte de enamorar, de los recónditos bajofondos donde se siembra el amor y se recoge. Sea usted ese hombre, sienta en su propia piel las mieles del éxito. Dele a las zorras un motivo para amarlo, aunque sea.
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Las placecitas de Buenos Aires tienen ese no se qué de sombras arboladas legendarias atravesadas de ripios rojizos transitables tras el follaje de lo agreste que combate desde su posición de quietud fuera del tiempo un progreso de rápido transitar de caminos hacia la nada, vislumbrando estático su naturaleza inmortal, como aquellos dioses que nos ven pasar enceguecidos con la ternura de la experiencia.
Y escupen en su posteridad sobre esas plazas de cemento, mausoleos de patética anacronía y mutismo de muerte, pero de la muerte sin epifanía, de la muerte para siempre. Árboles dispuestos en falso consorte, alejados y timoratos, replegando sus raíces y evitando la sombra, aburridos del paisaje y de ellos mismos.

En fin, el trabajo en el Microcentro obliga a recreos de cemento, lejos del verde y la sombra, cerca de la ceguera de los días.
Pocas motivaciones más allá del empuje gástrico de la alimentación necesaria por voluntades que nada tienen que ver con el instinto arrastra a transeúntes hacia los pequeños espacios verdes y/o grisáceos para almorzar, fumar, retozar, dormitar.

Allí moran las palomas: animales insulsos que sobrevuelan bajito pero con gran gambeta, en la búsqueda de los restos y las migas que se arrojan por desidia, misericordia o mala educación a la hora de masticar.

Entonces la imagen: entre los restos de un pan que fue sánguche y ahora no, salta a la vista el trozo más preciado, el llamado coquito de pan; esa terminación deliciosa de masa que poseen los panes bien hechos a leña.
Tres palomas en disputa. Arman un semicírculo alrededor de la presea. Aletean pavorosas, sus miradas son cuchillos que intentan apagar el hambre de sus contrincantes a puro pecheo. Esto debe ser rápido, vendrán otras a reclamar una parte. Será la gloria para una, el derrumbe de la ambición para el resto. A esos rostros les falta el sudor de una situación tensa, puede que lo tengan, poco les resta para alcanzar el odio más sentido.
Un pequeño gorrión atraviesa el cerco de palomas en justa y arrebata el trofeo con su pico, levantando vuelo luego hasta alcanzar la rama del árbol más alto.
Luego del terror (que parecía eterno porque duró solo un instante), las palomas continuaron en otras faenas.

Alguien perdía el tiempo leyendo el suplemento deportivo de un diario.


(Por el Ilustre Desconocido)

2 comentarios:

  1. Que estos seres de la naturaleza se peleen por un trozo de pan, que alguien les dejó, vaya y pase.
    Ahora, cuando estas disfrutando de una picada, ponele en San Telmo, y una de estas alimañas osa posarse en la mesa, para intentar robarte el último trocito de pan que te queda, te dan ganas de ajusticiarlas con el cuchillo de untar y aún más, si te restan salamines para comer.

    ¡Bravo por el gorrión! Bien la astucia que tuvo de atacar por aire!

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  2. Todo se desluce y deja de importar, una y otra vez con cada observación...

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