Devuélvanmen al editor - Día 4

-Ni se te ocurra tocar eso.
Como si hubiese anticipado una acción futura, un tipo apoyado contra el marco de la puerta de entrada gritó la orden. Vestía una remera grande y suelta sin mangas, unas bermudas y sandalias con abrojos.
De barba tupida y ojos fulminantes, su voz tenía la persuasión de los que tronan y sin embargo tras ese aspecto intimidatorio había ciertos atisbos de dulzura y parsimonia.
Nuestro protagonista no podía entender lo que se le ordenaba dado que no pensaba realizar ninguna acción más allá de mirar el paquete que no era para él, como se le ocurre creer que puede violar correspondencia privada, justo él que fue obsequiado con el premio a la mejor gestión Cadetes 2008 como creer aunque ya de por sí creer era demasiado pero estaba ahí después de todo acatando la orden del gigante.
-¿Que no toque qué?
-Mi brazo ha ejecutado la peor de las muertes y sin embargo la sangre es suficiente y nunca me desborda. Sobran altares que hacen olvidar mi paganismo para adorarme en la mesa grande a la que nunca me acerqué en mi origen. Ya ha pasado la era de los rapsodas aunque te quieran hacer ver lo contrario.- Movía los brazos para darle énfasis a sus frases, curiosamente permanecía en el umbral de la oficina, sin entrar.
-¿Porqué no entra?
-Hay lugares que tengo vedados.
Dicho esto dio un paso hacia adelante para ejemplificar su veda: una catarata de carcajadas comenzó a caer vaya uno a saber de dónde; risas impostadas como en una vulgar casa encantada de feria, risotadas fingidas que por falsas eran más insultantes. El hombre acarició su barba y retrocedió, las risas cesaron.
-Aquí la luna sale siempre y son felices. Cuando todos se abruman y se abandonan a la desidia rutinaria, ellos ríen y ríen y ríen y me difaman y me detestan por no ser luna y cargar tanta historia de odios que me atribuyen... -su voz se fue haciendo más sombría- ...y me vituperan pero vuelven a buscarme para reírse de mí, yo que condenso el poder del mundo.
Antes de terminar un proyectil húmedo lo alcanzó en la frente. El joven que hace un instante estaba parapetado en su oficina y lo mandó a buscar el cañón estaba ahora a su lado:
-Otra vez se me fue el bondi, sos aciago loco-, le dijo al grandote y se volvió a meter en su oficina.
El barbudo comenzó a alejarse por el palier del edificio, al llegar a las escaleras gritó.
-¿Qué día es hoy?
-Jueves-, le dijo nuestro protagonista con cierta indecisión propia de quién no siente el peso de los días.

Nota mental: acumular situaciones y personajes no siempre satisface los deseos de una trama que se simplifica en las incoherencias. Cuatro días van cumpliendo su ciclo pero no hay indicios en mi cuerpo del paso del tiempo, no más que una sensación de amaneceres y ocasos volviendo la claridad por quinta vez pero podrían ser sólo dos días con la salida de la primera luna, pero aquí nunca es martes y el alba me sorprende por última vez.

Colgado en la pared, a la derecha de la puerta de entrada, un pizarrón blanco con un marcador indeleble apoyado ofendía su mirada al rebotar en él el reflejo de las primeras luces.


(Por el Ilustre Desconocido)

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