Fábulas Infinitivas II - Tus Hojas




Ejercicios que buscan alegrar el paso de marchas y contramarchas. Una plaza.
La vereda violada desde abajo por raíces emergentes. Baldosones rasgados
de otros tiempos, otras huellas. El otoño sepia de fotografías antiguas en la
ropa, el cielo, la seriedad. Y las hojas.
Hojas que presumen morir cayendo en lento vaivén buscan el calor, la
compañía de otras hojas como un ritual de entrega colectiva, de póstuma
comunidad.


Enrique intuye los atisbos de la emoción incluso antes de cruzar la calle que lo
deposita en la vereda de su plaza, el parque conocido. Las veredas regadas de
hojas vestidas en toda la tonalidad del marrón, esparcidas para ocultar el gris
cemento de las baldosas.
El ritmo de sus pasos cranch crash pisar con la punta del zapato frash y apoyar
el talón con fuerza grish ubicar con la mirada un montículo sabroso de hojas
sprash crash trash roshrash volver detenerse un instante e impulsarse con
envión frasssshhhh tocar incluso el pasto donde el colchón se suaviza y el
ruido se acopla en blush plam clamss y con un saltito retomar la senda del
trash y el crahs cranch grinch czisss.


Y entonces el lamento.
Una nítida expresión de dolor, un lamento perceptible entre la disfonía sonora
de hojas muertas que gritaba la pena del lastimado que no puede remediar el
sufrimiento de un peso que lo aplasta sin sentido, sin preguntar.
Una angustia ese lamento.
Y Enrique que primero es la quietud en el pavor, la vergüenza alrededor porque
alguien tiene que haber escuchado ese dolor, ese reproche que nació del dolor,
quizá del quiebre de una hoja que grito sus ayes para que sea escuchada.
Luego de la quietud inicial, agacharse y buscar. Buscar en un cementerio de
hojas la hoja que sufre como ninguna, la hoja que no se agota en el silencio del
crash y el grinch ajenos.
En cuclillas tocando hojas, separando con cuidado cada una. Alguno que
pasa y mira a Enrique que seguro perdió plata, a Enrique que pobre se le cayó
algo, a Enrique que llora porque no encuentra lo que busca y sufre perder ese
sufrimiento perdido entre tanto silencio, a Enrique que es lágrima pura y alguien
que se ofrece a remediar la pérdida con una moneda, una golosina y no hay
caso, porque no saben porque llora Enrique y que pena no saber pero no es la
pena de Enrique que sabe, Enrique que sabe pero no encuentra.


(Por Ariel Verdún)

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