Algunas son tímidas y no se dejan ver a primera vista. Recién se hacen presentes luego de un rato. Otras se muestran cerca y hacen señas buscando llamar la atención.
Les gusta jugar a quedarse quietas cuando las miran. Y conocen el juego; si uno cierra los ojos y los abre inmediatamente siguen en el mismo lugar. Solo se mueven cuando se les quita la vista un rato. Les gusta jugar entre pequeñas risas.
La reina duerme y las cortesanas aprovechan para hacer su danza circular. Muy de vez en cuando alguna pierde el equilibrio, se suelta y cae con un estruendo mudo en un fulgor mágico irrepetible.
El silba con furia y golpea persianas. Nunca podrá volar tan alto como para alcanzarlas. Molesta grillos y agita hojas, y se arremolina en desesperación. Sabe que no son para él. Quiere ser tormenta para cubrirlas con un manto de nubes.
¿Sabrán porque alumbran? Tal vez para que las veamos, o para que nosotros podamos ver. Quizás para que ellas nos vean. Saben todo sobre nosotros porque siempre han estado. Quizás buscan aliviar la ausencia de otras compañías con su dulzura.
La metrópoli no descansa tanto como se dice, pienso. Algunos motores aun resuenan en las paredes y los techos, las sirenas despliegan su canto auxiliador, y los faroles sellan una tenue cúpula rosada. Deberíamos hacer lo que en La Habana y apagar la ciudad para que ellas bajen y bailen entre las chimeneas.
Cubierto con una cobija de mil fuegos helados, doy vuelta con un poco de dificultad en la hamaca paraguaya y me presto a dormir. El calor es menos sofocante en la terraza y la luz volverá recién en 48 hs. Quizás mañana me concedan otra pieza.
(Por el que dice llamarse Leo)
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