Caras Impagables VI - Luncheon Ticket

Se podría decir, sin ofender billeteras gordas, que la oficina donde desempeño mi actividad es un dos ambientes, baño compartido. Que sea un piso de cientos de metros cuadrados, etcétera, no viene al caso, el punto es que yendo al detalle es un dos ambientes (amplio, contrafrente, vista de mierda pero buena entrada de luz), baño compartido aunque dividido entre nenes y nenas, por supuesto.
¿A qué iba?
Bien, es un dos ambientes porque tiene un piso enorme y una cocina (que no lo es tanto).

Dicha cocina cuenta con mesas distribuidas de manera caprichosa (siempre se llevan por delante alguna) y sillas abundantes, además de un dispenser, un microondas, una máquina de café, una pileta para lavar tappers (porque bacha es una palabra espantosa) y uno o dos tachos de basura.
Entre las 12 y las 14 PM se genera un tránsito despiadado porque la mayoría de los esclavos que aquí pululamos nos dirigimos a almorzar y la rutina exige que sea ese el horario para comer y no otro, cuando uno tenga hambre ponele.

Estaba en la cocina en ese rango horario: soborné a un loco, me deslicé entre otros dos y pisé a una chica, sólo así logre ubicación casi preferencial, al lado de un tacho de basura.
Compartí mesa con una compañera de trabajo quién, al abrir su tapperwere, dejó al descubierto 4 empanadas recién calentadas en el microondas, cuarteto que se caracterizaba por ser: 2 de carne, 1 de jamón y queso y 1 de pollo.
Entre conversaciones pueriles encaró la primer empanada (de carne), que al morderla expulsó una humareda que quemaba a distancia de sólo imaginar el ardor. Sucesivamente fue perdiendo carne picada que caía a la mesa mordida tras mordida, además de las gotas del jugo que pasaban peligrosamente cerca de su ropa.
El calvario con la segunda empanada (carne otra vez, no mezcla sabores) fue similar.
Al encarar la JyQ sucedió un nuevo infortunio, esta vez a la primer mordida un rastro de queso fundido cual telaraña iba de los labios a la empanada sin intención de cortarse, acción que tomó ribetes desesperados entre lo caliente que estaba y la posibilidad de mancharse y la típica postura hacia delante con una mano presta a sostener el queso que terminará cayendo por su propio peso a menos que se haga acopio de valor y se engulla de una el hilo de queso cual spaguetti lácteo.
Su cara fue una conjunción ambivalente que iba de la sonrisa trunca de sus labios por lo ridículo del momento sumada a un levantamiento de cejas y apertura ocular que expresaba la dimensión que iba tomando el hilo de queso pese a su voluntad. Un bochorno, digamos.

La empanada de pollo me la regaló, la comí como un duque, estaba un tanto picante.

Abur.



(Por el Ilustre Desconocido)

1 comentario:

  1. Ilustre, este relato aporta una clara enseñanza: ¡dejá de comerle la comida a los demás, y llevate tu propio tupper, aunque no sea "tupperware"!!

    Superpato

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