Caras Impagables III - Redoble Sensorial

Información innecesaria: en la puerta del edificio en el cual se ubican las oficinas que me pagan un sueldo por estar una determinada cantidad de horas produciendo vaya a saber que cosa, tiene su búnker-negocio-modus vivendi un vendedor de chucherías y artículos diversos quién, a falta de un cadete misericordioso que entienda mi necesidad de confraternizar, es amigo. Llega en silla de ruedas y se pasa todas las mañanas allí, a partir de mis viajes cigarreros entablamos una relación que se mantiene con el tiempo. Además del comercio de bagatelas, sabe hacer malabares con tres pelotitas ayudado por la silla, show interesante de ver aunque lo hace por hobbie. A veces está parado con las muletas y camina para ejercitar la poca motricidad de las piernas, y hace poco me enteré que tiene un auto, y en él viene todas las mañanas con su mesita desarmable y su bolso de milagros.
El nombre se los debo.

En fin...


Bajé a fumar como todos los días (lo que se repite todos los días son las dos acciones, imposible andar por los aires o fumar en la oficina, espacio libre de humo y con aires acondicionados que te mienten la sensación térmica) y me entero a través de mi amigo vendedor de chucherías en silla de ruedas (aquí la información innecesaria que se saltearon puede llegar a serles útil), que en la vereda de enfrente funciona una sede de la Secretaría de Desarrollo Social.
Mi pregunta nace del momento a narrar, y les anticipo que me costó horrores escucharlo (a sabiendas de que un horror nunca es suficiente).
El tema en cuestión es que se estaba desarrollando una protesta de gente ciega (no es un adjetivo metafórico, estamos hablando de personas no videntes) que le reclamaba vaya uno a saber que cosa a la Secretaría.
Además de la proliferación de no videntes en la calle (bastantes, no los conté dado que respeté su decisión de no tener idea de lo que tienen alrededor) había dos o tres con redoblantes y un bombo que perforaba el oído, acción completamente masoquista sobre el sentido que se les desarrolló si se me permite la expresión.
El bombo no me dejaba escuchar al vendedor de chucherías, por lo que me dediqué a observar la manifestación.
Uno de ellos tocaba el redoblante aceptablemente, al nivel de una murga porteña, lo cual no es mucho pero bueno.
En los cinco-diez minutos que estuve allí (es conveniente no apurar el cigarrillo a pesar de que la conciencia nos grite el retorno a la faena cuanto antes) se sucedieron situaciones diversas, me detengo en este diálogo:

Ciego1 (con bombo, en el centro de la calle): Che, XXX, vení a tocar un rato vos.
Ciego2 (en la vereda): No puedo, tengo que estar en la vereda para que no pasen las motos.
Contexto: una fila de motoqueros empujando sus motos apagadas por detrás de Ciego2.

Alguien racional reclamará la presencia de personas con las facultades visuales completas en la protesta, lo cual es cierto, pero no reviste mayor interés para la crónica dado que su accionar era puramente de compañía.
No pude permanecer mucho más sospecho que de haberlo hecho la anécdota hubiese perdido el sabor.

Las caras se las debo, todos portaban el reglamentario casco.


(Por el Ilustre Desconocido)

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