El agua no debería mojarme los pies. La escoba en manos ajenas puede provocar numerosos apocalipsis. Ojos vacíos que miran desde una distancia cercana para alejarse, solemne postura de superioridad porque entienden y no saben y el mundo les resulta mucho más útil.
Creemos estar fuera del cuadro, opinando sobre él, vomitando sobre él, sobre nosotros mismos.
Los números se extienden, nos rigen. Vamos contando los elementos a nuestro alrededor y todo se suma, todo se resta; el horror se multiplica a partir de los números que se hacen símbolos y se desvanecen en estado de alerta, para avisarnos que están allí cuando sea necesario. Un payaso soporta la sed y el hambre aplacadas por el consumismo.
El tiempo (ese número ascendente y descendente) y aquel mito remoto (oscuro) y las trece puertas de un laberinto intrincado, solemne paradoja de una vida lineal con múltiple elección.
El suelo se seca sobre mis pies. ¿Cuántos hombres han regado la flor para comprobar que aun sigue marchita? ¿Cuántas sonrisas condescendientes son necesarias para marchitarla? ¿Cuántas veces han dejado la puerta abierta, cómplices del agua que debe abandonarme para siempre, para no volver hasta mañana?
El miedo a cruzar la puerta, ¿de qué sirve encontrar la respuesta si nadie ha hecho aun la pregunta?
Un pedido de auxilio lleva a otro pedido de auxilio que lleva a la astuta conciencia de sentirse auxiliado y auxiliador cuando sólo es el ego protegido por una camisa de fuerza, ajeno a las tempestades de la crítica.
19734.
El numero pudo haber crecido, pero quedo allí, estancado, sirviendo una gama de aberrantes imágenes que nos envolvían (aquel mito remoto), y creíamos que todo era normal, y que la vida ajena era similar y que la vida propia era sistemática.....
.....y que la normalidad era tan sólo un número.
(Por el Ilustre Desconocido)
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