Ñoquis que no has de comer
Resulta que un par de compañeros de la secundaria habían sido ingeridos por un pescado, no un pez, sino un pescado. Así de grande.
Uno de ellos era "el correntino", personaje nefasto, y el otro era "el gordo pelota", alias Ariel, amigo en la actualidad.
Por algún motivo había que mantener con vida al pescado, ya que de algún modo esto resguardaba la existencia de quienes, se presumía, aun respiraban en el fondo de sus fauces.
Ñoquis de espinaca era el alimento seleccionado para nutrir al organismo que contenía a los otros dos, pero a esta altura ya dudaba si los ñoquis eran para el pescado, o para los deglutidos que compartirían el receptáculo alimenticio.
De cualquier manera, mientras se jugábamos un picadito entre los pibes, estaba ahí el pescado. Aparentemente, alguno de nosotros se encargaba de transportarlo de un lado a otro para que el grupo de amigos estuviera siempre completo, pero al mismo tiempo todos le escapábamos a la situación.
"¿Che, y Ariel donde esta?" pregunté distraído cuando dejamos de jugar. "¡Adentro del pescado, boludo!" me recordaron.
Ya era de noche (o de día, nunca se sabe) y la situación nos pesaba a todos. "Esto es muy bizarro" era el comentario generalizado. Algo había que hacer.
Sugerí sin mucho énfasis que podía encontrar a alguien que, por sus destrezas quirúrgicas, podía encargarse de la sencilla y obvia tarea de despanzurrar al escamado. Mi idea no fue aclamada, pero igual un cuchillo se hizo presente por arte de magia y algún valiente se animó nomás.
Después de horas, o quizás días, el correntino, Ariel y los ñoquis aun estaban sanos. Y yo, como jamás antes me había pasado, desperté riendo.
(Por el que dice llamarse Leo)
Buenisimo!!! Mucho mejor que lo del abuelo!
ResponderEliminarFuá!! que flash!
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