Dormía plácidamente arrullado por el ruido que hace el aire acondicionado de más de 30 años. Súbitamente me despertó de un salto la ausencia estrepitosa de ruido, como si el Big Bang hubiera sido acallado en el cerrar de una mano.
Se cortó la luz, claro. Puteada mas, puteada menos, me incorpore de la cama para reponerla donde pertenece. Alumbrándome con el celular, con pasos torpes y un poco cagado por la tormenta que amenazaba a los gritos desde afuera, di los primeros pasos en la escalera. Sólo bastó con manifestar mi voluntad para que la luz volviera por sí sola.
De nuevo en la cama recordé el instante que estaba viviendo en la otra realidad. Quise reconstruir la historia sin valerme de la conciencia pero me fue imposible, solo recordaba el final. Es por eso que voy a inventar el resto de la misma. Total a ustedes les da lo mismo.
Etelvina
Etelvina era una chica insoportable. Alegre, pero molesta como pocas. De esas personas que siempre tienen algo para opinar sobre cualquier asunto, que siempre conocen a alguien interesante, o alguien que vivió una situación interesante. O ni siquiera. Etelvina siempre tenía algo para comentar.
Si bien su cuerpo no era feo, tampoco tenía curvas para ostentar, y siempre usaba el mismo vestido azul con flores blancas.
Ahí llegaba ella con su bicicleta de cuadro antiguo, de esos que se les quita un perno y se pliegan a la mitad. El freno hacia un ruido molesto, o quizás lo molesto no era el ruido, sino que anunciaba su llegada.
Durante el día, como era costumbre en el barrio, dejábamos la puerta del zaguán que da hacia la calle abierta de par en par. Por eso siempre nos tomaba por sorpresa. Primero aparecía la canasta blanca de la bicicleta, luego ella. No era consciente del rechazo que generaba, sin embargo le era imposible ignorar el hecho de que nunca había tenido novio.
Etelvina, según ella, no era deseada y por eso no conocía el amor.
Todos sabíamos que esto la angustiaba porque nos lo contaba cada vez que tenía oportunidad. Era el único momento en que perdía su sonrisa, la cual se restauraba inmediatamente con cualquier distracción.
Un día miró los ahorros que había juntado desde pequeña y comprendió cual era su solución. Y allí fue, convencida.
No la volvimos a ver, pero la recordábamos con preocupación. Hasta que un mediodía mientras cruzábamos la calle oímos el llamado de su voz: "¡Chicos! ¡Chicos!".
Al girar la cabeza, la vista nos devolvió una imagen distinta a la que recordábamos. Venía en su bicicleta, y vaya que estaba cambiada. Inmediatamente se nos hizo agua la boca.
Tenía puesto el mismo vestido azul con flores blancas de siempre, pero su cuerpo tenía unos hermosos pliegues a los cuales era imposible quitarles la mirada. Su cutis reflejaba cierta grasitud, pero de esas que no manchan al tacto. Era fácil advertir que quien había llevado a cabo la intervención se había valido de un tenedor.
Y ahí estaba. Nadie lo decía, pero todos queríamos darle una probadita, sentir su jugo caer por las comisuras. La deseábamos profundamente. Lo había logrado.
Etelvina se había convertido en una empanada de hojaldre. A juzgar por el repulgue, de humita.
(Por el que dice llamarse Leo)
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ResponderEliminarComo verán, en los dos comentarios de arriba se ejerció la libre censura.
ResponderEliminarOjo al gol.
EH....FACHOOOOOOO
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