Caras impagables I - El trabajo dignifica

El Universo nos relaciona. Estamos condenados a su influjo y nos contentamos con vanos intentos de libre albedrío, sólo para justificar nuestra condición única previa a la mortandad niveladora.
Ahora bien, encajamos en las convenciones para relacionarnos con la gente, y a partir de allí armamos una puesta ya pensada desde el origen, como actores guionados de gira por el mundo.
Así y todo, frente a situaciones de resolución simple, diversos factores suelen complicarlas. Uno de ellos es nuestra verba inflamada, que no siempre hace la sinapsis correspondiente antes de salir al mundo.

Muchos factores negativos se podrían enumerar por trabajar en el Centro, el que nos importa ahora radica en la prohibición en las oficinas de fumar a troche y moche. Esto implica la necesidad de bajar cada vez que se precisa alquitrán, tarea ardua teniendo en cuenta el posterior ascenso.
Dicho sector capitalino nos pone en contacto con los trabajadores de mensajería y cobros, más conocidos como cadetes.
Sucedió en uno de estos momentos de tabacalero relajo, un día de nefasta y bondadosa lluvía que arreciaba entre los edificios, donde no hay resguardo y los paraguas ajenos lastiman y las canaletas insultan y no hay derecho a trabajar un día así.

Venía bajando en el ascensor con un cadete.
Se me ocurrió comentar: "que día de mierda para laburar hoy, eh" con una sonrisa por lo menos torpe.
Se dió vuelta y allí me percaté que tenía una bolsa de residuo negra en la cabeza, así como otra cubriéndole el bolso.
Su cara fue un compendio de ironía, resignación y odio; no creo encontrar las palabras precisas para describirla.

Se bajó en el tercer piso.


(No contento con esto, al volver al edificio el muchacho de seguridad que está en la entrada comenta: "que llovizna, parece aguanieve!". A lo que yo respondo: "Si, lindo día para ser cadete".
Y a que no saben quién ingresó en ese momento al edificio: Un CADETE!
No me quedé a ver su cara, gané rápidamente el ascensor y subí solo.)


De aquí se desprende la necesaria búsqueda de perpetrar una inclaudicable amistad con algún Cadete, nomás para justificar estos exabruptos con la redentora frase: “tengo un amigo Cadete”

¡Abur!

El Ilustre Desconocido (que no es otro que el Abuelo).

3 comentarios:

  1. Abuelo, se nota que sos vos mismo el del comentario.

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  2. Un cadete que se queja de la lluvia es como un mecanico que se queja de la grasa.

    Bienvenida la sepsion.

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