Confesiones psicofármicas - Vol. 2

¿Cuánto blanco se puede escribir sobre celeste?
¿Cuánto negro se puede escribir sobre blanco?
¿Cuánto odio esconden esos ojos benévolos a la espera de la redención?
Hay tierra donde debería haber nieve, el frío se hace intenso y ha muerto el último San Bernardo, como mártir misterioso se supone alejado de las noticias como manchones pero pendiente de su reacción póstuma, rescate de verano.

Ajenos al cuadro, observamos con asombro como se puede descubrir una inmensidad de sensaciones que se repliegan, infinitas, sin límite fuera del cuadro pero si dentro, sensaciones que son prolongaciones de nuestras uñas, mas allá de toda especulación corporal. Resulta útil confiarse a la idea de autoría, pero jamás caer en el protagonismo. Observar o ser el cuadro, al mismo tiempo. Sobrevivir al frío sol de verano mirando llover.

Nadie ha venido a asearme hoy. Blancas sonrisas cargando canastos de pesadillas en formatos irrisorios, recurrentes. Asesino que ultima y se condena (y lo condenan), ¿cuál es la pena por matar un sueño?
Voluntad abandonada, apertura sensorial,
lluvia.

Nada florece atado a ciertas convenciones.
SENTIR LENGUA ESTRÉPITO NO-OJOS ADIÓS.
La conexión claudica si, al basarse en la racionalidad, los ángeles flechadores invaden la rutina gritando que esto es gritando que debe ser así gritando que se acabaron las flechas.

La muerte nos sorprende en fotografías ocre de tiempos olvidados que entristecen el espacio del conformismo.
La verdad esta escondida en eso que nos causa terror, en la novedad.
Lo nuevo no es la imagen que me devuelvo detrás de la lluvia atravesando ventanales que fueron puestos para eso, para ser atravesados por la utopía indestructible de barrotes que claudican ante gotas de agua débiles; materia de átomos contra materia de átomos y llueve tanto.

Flechas que podrían atravesar los muros y ser el cuadro para mirar desde allí lo que ocurre en el cuadro. Tierra que recibe aguanieve y se quema de agua ajena a la voluntad de defenderse si se siente tan bien.

Pasan seguido para ver la distancia del suelo al cielo y sigue siendo la misma, como cambiaría si la palanca está tan lejos. Cielo que se escribe blanco tras el negro sobre el celeste, proliferación de tonos tristes, lo que podemos desear.

Si durmiéramos tan sólo lo que tardamos en soñar, el tiempo sería una eternidad que transcurre lenta, a propósito.
Verde perenne marchita pero queda verde.


(Por el Ilustre Desconocido)

1 comentario:

  1. Me encantó esta confesión y me dejó con una frase resonando en la mente...
    ¿cuál es la pena por matar un sueño?

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